domingo, 30 de marzo de 2008

Inés


Y ahora hablemos de Inés.
Me refiero a Inés la de carne y hueso, la primera fan “oficial” de mi trabajo..
Es curioso que el mismo año que decidí dejar de realizar la tira de “Los Saurios” naciera un personaje llamado Inés a causa de una chica que contactó conmigo por ser precisamente lectora de esa serie.

Subámonos de nuevo a la máquina del tiempo.

Una tarde del mes de junio de 1992, acudía yo, como todas las semanas, a la redacción de “Crónica de Albacete” a entregar mi ración semanal de “Los Saurios” cuando Demetrio, el director, me dice: “Ha llegado una carta para ti” – “¿Para mí?, ¿aquí?” – respondo.
Efectivamente, en el destinatario podía leerse la dirección de la redacción y sobre ella “A la atención de Sergio”. No tenía remite.

Al abrirla me encuentro con la carta de una chica que vivía en Chinchilla (un pueblo cercano a Albacete) llamada Inés que me dice:

“El motivo de esta carta es porque quiero pedirte un favor (...) hace ya algunos meses un amigo se suicidó (...) El caso es que últimamente me acuerdo mucho de él, y me gustaría que le dedicases unas viñetas, para que la gente no cometa el error que el cometió.”

Esta carta dio pie a la tira número 70 de Los Saurios, seguramente la mas emotiva que he dibujado en mi vida (aunque seguramente muchos la calificarán de demasiado sensiblera). No recuerdo exactamente en qué numero de “Crónica” fue publicada, pero se encuentra en el recopilatorio “Los Saurios: Evolución” editado en el 93. Página 33.

Evidentemente fue emocionante. Mis familiares y amigos siempre me han animado, pero claro, es normal que tu madre te diga que dibujas muy bien y que eres muy guapo, pero, hasta entonces, ninguna persona, sin relación con mi entorno mas cercano, se había preocupado por hacerme llegar una opinión favorable sobre mi trabajo.
El de dibujante de comics es un trabajo casi monacal, pasas horas y horas sentado ante un tablero intentando dar lo mejor de ti y nunca sabes si algo de eso llegará a salir fuera. Gracias a la carta de Inés me di cuenta de que mi trabajo llegaba a la gente. Y eso es algo muy importante para un autor. Porque, realmente, no trabajas para una empresa, ni para un editor, en definitiva trabajas para los lectores, y es maravilloso que de vez en cuando, alguno de ellos se tome la molestia de coger un papel escribirte una carta, meterla en un sobre y enviártela.

El caso es que cuando la historia que había comenzado como una pequeña intro en un fanzine albaceteño pasó a a convertise, allá por el año 95, en un proyecto de seis comic-books para la Línea Laberinto de Planeta DeAgostini, y, de repente, nació un personaje de media melena rizada, algo gruñona pero siempre descarada y optimista, cuando llegó el momento de bautizarla pensé que sería una buena idea llamarla como la primera lectora de la que fui consciente: Inés.

Así que Inés, estés donde estés, muchas gracias por bautizar sin querer a mi personaje.


Arriba: la tira deLos Saurios (1992) y uno de los primeros dibujos de Inés (1995)

jueves, 27 de marzo de 2008

Año 1993



Ya en el año 1993, la Asociación Cultural de Comics de Albacete decide sacar un fanzine en formato similar al de los comic-books.

El nombre elegido para el proyecto es “Panicomic”. Se acuerda que yo realice la portada. Dos tintas, roja y negra. Pedimos presupuesto a la misma imprenta que se ocupó del libro recopilatorio de “Los Saurios”.

Entonces decido llevar la contraria a Neil Gaiman y preparo una corta historieta introductiva llamada: “El Baile del Vampiro: Introducción”. Polanski tenía, por fuerza, que llevar razón.
Sólo cinco páginas que deberían haber continuado en el número dos, que nunca llegó a realizarse siquiera.

Por algún extrano motivo que no alcanzo a recordar firmo esos dibujos con el seudónimo de “Mr. Hide”. El cual jamás he vuelto a utilizar.

En estas páginas vemos a un vampiro enamorado de una chica de color. Unos Skinheads la atacan y el se lanza en su ayuda.

El vampiro probablemente ya tenía un nombre: “Jacob”. Aunque por aquel entonces ni siquiera yo lo conocía.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Unos años después...

Unos años después, creo que fué en navidad, Polanski me enseña a bailar con los vampiros. También en la televisión.

Mas adelante Neil Gaiman lanza una frase al aire en el número 10 de la edición española de Sandman: “Los Vampiros no bailan”.

lunes, 24 de marzo de 2008

El Baile del Vampiro: Edición del décimo aniversario

En 1897 se edita la famosa novela de Bram Stoker “Drácula”
Cien años después Planeta DeAgostini lanza la serie limitada de cuatro comic books que me consagraría definitivamente como autor profesional de comics, “El Baile del Vampiro”, dentro de su “Línea Laberinto” dirigida por Antoni Guiral y dedicada exclusivamente a editar comics realizados por autores españoles.

Aleta Ediciones presentará, como una de las novedades del Saló Internacional del Comic de Barcelona, la Edición del Décimo Aniversario de "El Baile del Vampiro", que incluirá los cuatro números de la miniserie original, el número especial autoconclusivo “Inés 1994” (cuyo argumento se centra en el origen como vampiro de la protagonista femenina de la primera miniserie), la colaboración con el escritor Alberto López Aroca “Schtroumpf!” (una breve historia a todo color que funciona, además, como un homenaje a Peyo, el creador de Los Pitufos), además de todo tipo de imágenes relacionadas con la serie, como cubiertas originales, bocetos inéditos, ilustraciones promocionales, un relato de Alberto López y una galería de una veintena de autores.
Con motivo de ese lanzamiento editorial he pensado crear como apoyo este pequeño blog para mostrar aquí algún material inédito, hablar de la creación de "El Baile del Vampiro" y sus personajes y mantenerlo activo únicamente durante los meses de Abril y Mayo.


A partir del 1 de junio este blog será cerrado y toda la información vertida en él desparecerá.

En la imagen: Ilustración para la cubierta de la Edición del Décimo Aniversario que publicará Aleta Ediciones
http://www.aletaediciones.com/

sábado, 8 de marzo de 2008

El Comienzo


Principios de los años ochenta, tal vez finales de los setenta.

Estoy con mis abuelos en su chalet pasando uno de esos interminables veranos de la infancia en los que aprendí a dibujar.
Hace calor y, como casi todas las noches, cenamos en la terraza (la “terraza de alante”, mucho mas pequeña que la “terraza de atrás” en la que había a veces una mesa de ping-pong, a veces un escalextric). Mi abuelo sacaba la tele en un carrito con ruedas y pasaba el cable de la antena y del enchufe por la ventana que daba al salón.

Los dos rombos blancos que aparecían en el extremo superior derecho parecían presagiar que aquella noche me quedaría sin ver la película.

Sin embargo no fue así, aquella vez no.

Tal vez empezáramos a cenar tarde y la película comenzara cuando aún no habíamos llegado al postre y todavía no se me podía “echar” de allí. Tal vez mi abuelita estaba quitando los platos durante el breve espacio de tiempo que los odiados rombos flotaban sobre la pantalla y no los vió. Tal vez, incluso, me creyó despistado, con un tebeo de los pitufos en una mano y la foto de una niña rubia ( se llamaba Maria Pilar y era familia de la novia de uno de mis tíos, yo prefería denominarla ingenuamente como “mi primera novia”) en la otra y pensó que no estaba prestando la mas mínima atención al televisor.

Se equivocaba.

Todo tiene un porqué.
La película se titulaba “Kung-Fú contra los Siete Vampiros de Oro”.
Y a aquella edad me aterrorizó mas de lo que jamás me había aterrorizado ninguna otra película.
Fui a ver King Kong a la biblioteca del Parque Lineal, y estaba claro que eso era plastilina en blanco y negro y no asustaba a nadie. Además ¿un gorila?, ¡por favor!
Aquello, sin embargo, era distinto. Esos seres de colmillos afilados tenían algo de mágico, de magnético y no podías dejar de mirarlos por mucho que hacerlo te asustara.
Recuerdo, como si fuera ayer, como trataba de no mirar la pantalla y concentrarme con todas mis fuerzas en la foto de la niña. Como la apretaba con las dos manos hasta arrugarla por todas sus esquinas.
Cuando empezaba a refrescar no me atreví a entrar a por mi rebeca de lana. Prefería quedarme ahí tiritando y apretujando la foto con todas mis fuerzas.

Aquella noche, gracias a una permisividad inesperada en mis abuelos, esos seres aterradores y fantásticos se quedaron en mi cabeza.

Aunque es curioso, no recuerdo haber tenido ninguna pesadilla.